¡Muy buenas! Arrancamos, o más bien retomamos, las JIFFI entrevistas. Un pequeño espacio en el que trasladamos varias preguntas a antiguos miembros de las JIFFI. En esta primera tenemos el honor de contar con Ramón Montes, quien estuvo en las JIFFI hasta 2019, año en el que leyó la tesis, y ahora es profesor ayudante doctor en la Universidad de Granada.

¿Qué aspectos positivos y negativos (que no todo es color de rosa) destacarías de tu paso por el doctorado o las JIFFI? ¿Podrías dar algún consejo para corregir los negativos?
Lo primero de todo, muchas gracias por contactar conmigo y por preguntarme por una de las mejores experiencias que tuve durante mi periodo de doctorado. Sin duda, pensar en mi etapa como doctorando es pensar de forma directa en las JIFFI. Formé parte de los equipos que organizaron las cuatro primeras ediciones de las jornadas y, sin duda, la experiencia que tuve será algo que siempre recordaré de forma muy positiva. Los años de doctorado pueden ser muy duros y tristemente solitarios, pero formar parte de equipos multidisciplinares que intentaban (e intentan) hacer de la universidad un lugar más colectivo, colaborativo y conectado, suavizaron desde luego la dureza del camino. El consejo iría en esa dirección: en un mundo académico que suele atomizar y aislar por sus perversas dinámicas competitivas, apostaría por la asociación y el tejido de redes de colaboración, dentro y fuera de nuestras áreas de conocimiento.

¿Qué recomendarías a alguien que fuera a presentar una comunicación en las JIFFI u otro congreso de estas características?
Que desconectaran el modo automático con el que generalmente se presentan este tipo de propuestas a otros congresos específicos del área de conocimiento de cada investigador o investigadora. Las JIFFI surgen como jornadas que daban respuesta al desconocimiento que los investigadores de un campo tienen sobre lo que se investiga en otro radicalmente alejado del suyo. Las JIFFI son conversaciones entre un filósofo y una ingeniera, o entre una maestra y un enfermero que han visto puntos de unión entre sus trabajos y posibilidades de colaboración. Por lo tanto, las propuestas de comunicaciones no deberían olvidar esto, y deberían adaptar un poco su lenguaje con el objetivo de facilitar el entendimiento por otros investigadores e investigadores que, posiblemente, desconozcan sus métodos o sus presupuestos teóricos. Todo con el objetivo de hacer el conocimiento un poco más accesible para, en consecuencia, facilitar la interdisciplinariedad.

¿Qué ideas o puntos de vista diferentes recuerdas que te hicieran replantear, por lo menos, parte de tu investigación?
Lo bueno de acudir a las JIFFI con comunicaciones sobre tu trabajo de investigación es que escuchas voces muy diferentes a la tuya opinar sobre tu trabajo. Recuerdo perfectamente a una desconocida Ana Valverde (ahora amiga), que estaba haciendo su tesis en ciencias jurídicas (ahora doctora), cuestionarme ciertos temas relacionados con la perspectiva de género que yo estaba planteando en mi tesis doctoral, desde posiciones que desconocía completamente y con argumentos que jamás habría podido escuchar desde profesionales de mi área. Sin duda, sus aportaciones y las de otros compañeros y compañeras que acudieron a las mesas de comunicaciones hicieron que mi trabajo pudiera beber de otras fuentes y de otras aportaciones a las que posiblemente no hubiera llegado sin la oportunidad que brindan las JIFFI.

¿Cómo describirías tus vivencias durante las jornadas?
Con mucha alegría y satisfacción de recoger los frutos del trabajo bien hecho. Los días de las jornadas, como miembro de la organización, generalmente se viven con mucho ajetreo, pero recuerdo bastante peores las semanas previas a las JIFFI, donde el trabajo se acumula y se alía con la incertidumbre y la duda acerca de si todo va a salir bien. Durante las jornadas, generalmente todo marcha porque la gente tiene buena voluntad y ganas de trabajar, y además quienes vienen a presentar sus comunicaciones suelen ser personas muy encantadoras que no solo disfrutan de la experiencia, sino que agradecen constantemente el trabajo realizado para que existan este tipo de espacios. En los cuestionarios de satisfacción que después de cada edición recogíamos nos encontrábamos gran cantidad de evidencias de que todo había salido bien, y eso nos animaba a seguir un año más. También recuerdo con especial cariño las últimas jornadas en las que participé, porque justo fueron en la semana en la que días antes había depositado mi tesis (por fin) y entonces las pude disfrutar mucho más tranquilo y liberado.

¿Qué consejos darías para que todo el proceso del doctorado no sobrepase ni mental ni anímicamente al investigador? Es decir, que toda esta etapa afecte lo menos posible a la salud mental del doctorando.
Pues me vienen unas cuentas a la cabeza, que voy a intentar enumerar sin orden ni mucho concierto: que evite la explotación laboral que a veces es auto-explotación laboral (una tesis es dura, pero no puede ni debe ser un trabajo 24/7); que no olvide que un doctorando o doctoranda sigue siendo una persona, y como tal, debe seguir teniendo otros intereses más allá de su tesis o su campo de conocimiento; que evite el aislamiento en la medida de lo posible, mediante la integración en grupos de investigación, espacios de colaboración, asociacionismo, etc.; que ante cualquier situación de acoso, presión excesiva, ambiente tóxico de trabajo… denuncie y ponga el tema en manos de los servicios jurídicos o de prevención de su universidad; y ya por último, una que a mí me vino muy bien durante las fases más duras del proceso, que practique deporte, el que sea, de la forma más regular posible, y no abandone su cuerpo por mucho que en este periodo esté, sobre todo, cultivando su mente. La segunda necesita al primero más de lo que nos creemos.

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